Cuentos de camino viejo - Parte IV


Hola, gente. Antes que nada, quiero darles las gracias por seguir leyendo las pequeñas historias que he publicado a través de Llegando Lejos, y también a mis seguidores en mi página alterna a este blog.

Haciendo un pequeño resumen, les comentaba que soy padre de un niño que genéticamente no es mío, aunque si lo es de corazón; y que yo me encontraba atravesando una situación personal bastante difícil para el  momento en el que nació mi bebé. Además, para cuando tomé la decisión de adoptarlo, lo hice a expensas de un ataque de cólera (aunque no me arrepiento de haberlo hecho). Todo esto es apenas el preludio de la guerra que se presentó posteriormente.

Los primeros meses de Tunga (el apodo de mi hijo) no fueron nada fáciles, en especial para mí. Ya me estaba adaptando a la idea de ser padre, porque al principio, el solo escuchar esa palabra saliendo de mi propia boca me ponía la piel de gallina. Y para complicar aún más las cosas, estaba el hecho de que tardé casi un mes para registrar a mi hijo en la Jefatura de La Guaira, debido a que por una u otra razón, su presentación formal ante las autoridades siempre terminaba siendo pospuesta. Especialmente, lo que trancaba el juego era el hecho de que la madre de mi hijo, como en toda decisión importante, se estaba arrepintiendo de habérmelo dado en adopción; y en ocasiones se mostraba incluso hostil. Como ya el lector sabe, ella en ningún momento fue coercionada para entregar a su hijo. Yo simplemente, en un momento de cólera, me había ofrecido ser el padre del niño (ya que el biológico los había abandonado), y ella me tomó la palabra.
El proceso de registro de un niño adoptado es muy angustiante, y no ayuda para nada el hecho que los padres biológicos se arrepientan de su decisión.

Además, lo más angustiante de toda esta situación era que ella estaba siendo cortejada para esa época por un hombre, y en sus intenciones estaba la de darle a él ese niño, cosa que me alarmó sobremanera.

Me sentía como si estuviera en una competencia para ver quién iba a ser el padre. Y lo triste de todo el asunto era que se estaba debatiendo el destino de un ser humano en crecimiento, que necesitaba a su lado a alguien que lo apoyara y principalmente, lo amara. Con toda la sinceridad de mi alma les diré que mi carácter es bastante tranquilo. Incluso he llegado a ser catalogado como “dulce”. Sin embargo, un día mi paciencia fue rebosada, y molesto increpé a la madre de mi hijo por su comportamiento. Le pregunté que si estaba arrepentida de que yo adoptara al niño, y le señalé lo injusto que era para el bebé tratarlo como si fuera un premio de una rifa, para ver a quién se lo daba. Y fue de esa manera que logré que ella me dijera para ir a registrar al niño. Por casualidades del destino, ese día todo fluyó a la perfección, y finalmente y con mucho orgullo, puedo decirles que mi Tunga lleva legalmente mi apellido.  

Lamentablemente, a los pocos días de registrarlo, la madre de mi hijo se lo llevó por un mes a mi pueblo natal. Yo me sentí muy mal, porque aparte, mis responsabilidades en la universidad y el trabajo no me permitían ir a verlo. Siempre que la llamaba para preguntar por el bebé, ella no me contestaba. O si no, lo hacía otra persona. La rabia y la tristeza me estaban consumiendo, y ya vencido y atribulado, me encomendé a Dios Santísimo, para pedirle que me regresara a mi hijo lo más pronto porque su ausencia me estaba matando. Oré y oré todos los días, hasta que mis plegarias fueron escuchadas.

Un 25 de Mayo –fecha que pasó a ser de suma importancia en mi calendario, por haber ocurrido el evento más grande de toda mi vida–, llegué de la universidad para conseguir a mi hermoso hijo con su mamá,  en mi casa aquí en Caracas (ella vive en la localidad de La Guaira).  Abracé a mi Tunga, quién al verme comenzó a reír y a reír. Yo le besaba el cachete y él se desternillaba de la risa. Y tan dulce y pegajosa era esa risa, que yo hasta perdí mi rabia con su madre. Esa noche le hice a mi bebé una arepita y un tetero, luego jugamos un rato más, y nos fuimos a dormir felices los dos. Nos despertamos a la mañana con la gran noticia de que su madre se fue, y hasta el sol de hoy no ha vuelto a aparecer.
Dormirte con tu hijo en brazos es un sentimiento único.

Detengo aquí mi historia para comenzar mi acostumbrada reflexión: Una vez escuche una historia de un hombre que se declaró gay a los 40 años de edad, dejando sola a su esposa con 2 hijos. Durante mi crianza católica, llegué a escuchar muchos sermones en la Iglesia, en los que los sacerdotes decían cosas como que los homosexuales irán al infierno, que un hombre no puede amar otro hombre o que una mujer no puede amar a otra mujer. Sin adentrarme en dogmas religiosos, resaltaré un pequeño versículo de la Biblia que reza: «porque Dios amó tanto al mundo que mandó a su único hijo para ser sacrificado, y que con su sacrificio limpiara el pecado de todos los hombres». Plantearé aquí mi creencia de que Cristo murió por la verdad del amor de que Dios nos tenía a los seres humanos. Y yo considero que aún nos tiene ese amor, independientemente de cual sea tu orientación sexual. Y sólo quiero señalar, con toda responsabilidad, que al menos en mi experiencia particular, he podido darme cuenta de que las obras de Dios son perfectas. A mí, particularmente, me bendijo con un hermoso niño, al que criaré con las mismas enseñanzas que me transmitió mi madre, y a la que le doy muchas gracias por todo el apoyo que siempre me da.

Termino comentando que conseguí adoptar a mi hijo sin necesidad de engaños o mentiras. Más bien al contrario, lo conseguí, dentro de todo, de sorpresa. Considero que fue el momento en el que Dios me ofreció la posibilidad de escoger si quería esta bendición, y yo le dije que sí. Hay gente que me pregunta si hay homosexuales malos que cometen perversiones de todo tipo contra niños y otras personas. Sí los hay. También hay gente heterosexual bastante mala, y que comete las mismas fechorías. Pero yo no respondo por las acciones de más nadie, solo por las mías. Y les digo que como padre preocupado que soy, lucharé siempre porque mi hijo crezca feliz, para que él mismo escoja los caminos que quiera seguir. Y siempre contará con mi apoyo y el de mi pequeña familia, que es ahora la suya, porque lo amamos y deseamos su mayor bienestar.

Muchas veces he sido juzgado por mi orientación sexual. Y más ahora que soy padre. Así que quería irme dejándoles esta pequeña frase para que la mediten: «Quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra». Nadie es perfecto, sólo Dios. Él decide según su voluntad el camino que debemos seguir para crecer y aprender, y es bajo su voluntad que yo me rijo. Y precisamente porque acepto su voluntad, es que acepto sus bendiciones. Incluso aunque al principio parezcan el embrollo más angustiante.
Hay que enfrentar al prejuicio de quien nos teme y hasta odia por ser diferentes, demostrando que somos capaces de ser tan buenos padres como los padres convencionales.

Sin más me despido con un abrazo y con una pequeña frase «Siempre hay una luz que por muy pequeña que sea que brilla en la oscuridad». Seguimos en la próxima historia. 

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