CRÓNICAS MAITANAS: AVENTURAS DE UNA NÓMADA INCIDENTAL-PARTE VI

Entrada del día 07/04/2015, 8:14 P.M.-Desde mi monoambiente, ¡POR FIN!
-Montevideo, Uruguay: El día 22/03/15 fue complejo. Luego de la accidentada salida del departamento que me habían ofrecido Fabi y Mari por una semana (Ver Crónica anterior), no me quedaba otra que aceptar el ofrecimiento de mi amigo Horacio López, quién amablemente me hospedaría por 10 días en su departamento en Montevideo, Uruguay, durante los 10 días que debía esperar para poder mudarme a mi nuevo departamento de alquiler en Buenos Aires.

Así que confiada, me monté en el Buquebus a la medianoche del día 22. Mi amigo me había dicho que estaba haciendo «fresquito». Que quizá quisiera traerme algo «abrigadito». Para una persona que viene de Caracas, Venezuela, y está acostumbrada a temperaturas entre los 20 y 30 grados, «fresquito» era alrededor de 17 grados. Así que metí en mi fiel maleta de mano aquellas dos prendas que yo consideraba más abrigadas: un suéter de lana con algodón, y una chaqueta/campera/chamarra «térmica».

El viaje en el Buquebus estuvo perfecto. A tiempo, sin turbulencias, nada. Me dio tiempo hasta de dormirme en una de las mesitas del salón de pasajeros. Todo chévere hasta que abrieron las puertas para desembarcar y tuve que pedirle a la muerte que viniera a llevarme, pero no quiso. Resulta que «fresquito», en el puerto de la ciudad de Colonia, Uruguay, es de 3 grados centígrados. Muy por encima de la capacidad de abrigo que podían ofrecerme mi humilde suéter de lana con algodón, y aquella chaqueta que de térmica solo tenía el nombre. Bajé por la rampa de desembarco a las 3 a.m. del 23 de marzo, por pura inercia. Jugaba a mi favor el hecho de que se me habían congelado los dedos alrededor de la agarradera de mi maleta, por lo que al menos estaba segura de que no la iba a perder. Lamentablemente, no tenía la misma seguridad con respecto a mis nalgas y pies, los cuales sentía que iban a desprenderse de mi cuerpo en cualquier momento. Las piernas no, porque esas sí no las sentía.

Maldije a Horacio en arameo durante todo el trayecto por la rampa de desembarco, y luego cuando me monté en el bus que partía de Colonia a Montevideo, porque me tocó ir en ventana. Y me recordaba del traidor cada vez que lograba conciliar el sueño en aquella nevera, y se me caía la bufanda que había parapeteado contra el vidrio para poder dormir. En ese momento sentía la helada caricia de la muerte en mi cachete y por lo bajo decía:. «¡Mardita sea, Horacio! ¡Deja que llegue a Montevideo, que te voy a mostrar tu fresquito!».

Cuando llegué al terminal de Tres Cruces, en Montevideo, a las 6 de la mañana del día 23 de marzo, me sentía como en el Titanic. Yo era la congelada Rose, esperando a mi rescatador…pero para formarle un buen lío por haberme malinformado de una manera tan nociva para mi salud. Y así me encontró Horacio, tiritando de frío, soñolienta y enfurruñada. Ni mi aspecto de pollito remojado, ni mi reclamo, le conmovieron un ápice. Y riéndose de mi travesía, me llevó a su casa en la Av Luis Alberto Herrera.

Si bien mi cuerpo me pedía descanso, mis rasgos de neuroticismo + trastorno obsesivo compulsivo me impidieron dormir. Porque, ¿qué clase de huésped abusadora sería, si no ayudara a mi anfitrión a limpiar y reorganizar su casa? Yo sabía que a Horacio –hombre al fin–, las labores domésticas le parecen una forma de tortura extraída de las profundidades de una de las mentes más retorcidas; y que, desde su mudanza, hacía 7 meses, había estado esperando una mano femenina solidaria que le ayudara a convertir el departamento que había rentado, en un hogar más cálido. Así que, por supuesto, pagué mi alojamiento convirtiéndome en mano de obra.

Desde mi llegada a las 9 a.m., hasta las 6 p.m., barrí, acomodé, restregué, tendí, doblé y boté cosas viejas ante la aliviada mirada de mi amigo, quién luego de tanto trabajo me llevó a comer. Los días subsiguientes me dediqué a mantener el departamento como una tacita de plata. Horacio lamentó entonces haberme ofrecido alojamiento, ya que la vida en su propio hogar se convirtió en un constante sobresalto. Ya no podía comerse ni una mandarina a escondidas, porque mi radar del desorden se activaba y volaba a donde estaba el clandestino comensal, en donde con voz de ultratumba lo acusaba: «¡LÓPEZ, ME BOTASTE UNA SEMILLA DE MANDARINA AL PISO Y YO ACABO DE BARRER!». Ya el hombre no podía comer en paz. Una migaja de pan en el piso le hacía acreedor de una mirada fulminante. Bañarse también era un problema: «¡LÓPEZ, CUIDADO QUE ME DEJASTE UN REGUERO DE AGUA EN EL PISO PORQUE VAMOS A TENER UN PROBLEMA SERIO!», y lo increpaba, blandiendo amenazadoramente el palo de la escoba.

Mi obsesión con la limpieza era tal, que lavaba a mano, con 11 grados de temperatura ambiente, toda la ropa que tenía en mi maleta de mano, más los 3 abrigos de segunda mano que un amigo de Horacio tuvo la amabilidad de regalarme, después de conocerme un día y darse cuenta de que estaba al borde de la hipotermia. Lavaba todo a mano, y lo colgaba en el tendedero, haciendo caso omiso de las advertencias de mi amigo acerca de la traicionera brisa uruguaya. Me decía que tanto orden y pulcritud me iban a terminar acarreando una tragedia. Pero yo no le hacía caso. Total, ¿qué podía pasarme a mí, el Hada de la Limpieza?

Pues que el viento uruguayo le voló dos pantaletas, un sostén/corpiño/sujetador, una blusa, un par de medias y una toalla al Hada de la Limpieza. Eso fue lo que pasó.

Volvimos un día de hacer las compras, y cuando voy a retirar la ropa que tan cuidadosamente había lavado con agua helada –dejando pedazos de piel entre la tela-, veo que en el tendedero que lo único que había era un pantalón. Se imaginará el lector mi desesperación, porque lo que el viento había volado era el 75% de los contenidos de mi maleta de mano. A esto se le sumaba la angustia por pensar que mi ropa interior hubiese caído en el patio de un desafortunado vecino, que en este mismo momento podría estar siendo víctima de un violento arranque de ira por parte de su esposa, creyendo que su marido mantenía algún affaire con una chica, que después de entregarse a la pasión, se puso a lavar su ropa interior, pero no le dio tiempo de que se secara, por lo que se vio en la necesidad de salir corriendo «rueda libre» (expresión venezolana que significa «andar sin ropa interior»).

Le comente mi angustia a Horacio, quién no fue de mucha ayuda, porque lo que hacía era reírse y decirme que me lo merecía por haberlo jorobado tanto con mis hábitos de limpieza excesiva. Pero al menos me acompañó a preguntarle a los vecinos de abajo si habían visto mis prendas de ropa. Y en efecto, nos atendió una pareja casada, que no mostró indicios de haber discutido por culpa de los ítems que habían caído en su patio, y me comentaron que era algo que ocurría con frecuencia. Aunque no supieron nada de mi hermosa blusa vinotinto… sospecho que la vecina sí la encontró, pero se la quedó. Una lástima.

Desafortunadamente para Horacio, la experiencia no me escarmentó ni un poco. Lo mandé a comprarme unos ganchos de ropa para el tendedero, y seguí lavando a mano todo lo que podía. Pero aun así, le mantuve su casa limpia, le hice panquecas de manzana y canela, chocolate caliente, y pasta con lo que hubiera en la nevera. Los días pasaron volando, Y yo sé que a pesar de todo lo que fastidié, me extrañó cuando me fui. Y yo a él, porque a pesar de todo lo que criticó mis hábitos de limpieza, tuvo la bondad de pasearme por todo Montevideo (y reírse de mi porque me faltaba el aliento de tanto caminar). Así que, cuando mi tiempo terminó en Montevideo, el día 31 de marzo, me embarqué agradecida en el Buquebus, rumbo a mi Buenos Aires querido, en donde al día siguiente, 1º de abril, comenzaría mi nueva vida en mi departamento de alquiler.

Por supuesto, la vida no me podía poner las cosas tan fácil, porque si no, no tendría nada que contar. Así que cuando desembarqué en Buenos Aires a las 10:30 p.m. del 331 de marzo, me recibieron con la noticia de que había paro de transporte…y yo que contaba con ahorrarme unos pesos. Pero nada, los pagué porque no me quedaba de otra, y yo tenía que llegar al nuevo departamento de Fabi y Mari en Palermo, en donde nuevamente me darían alojamiento (esta vez en su sofá), para poder estar fresca como una rosa al día siguiente, cuando firmaría el contrato de alquiler y por fin, me mudaría a mi departamento después de tanta travesía.

Pero como se imaginarán, en mi vida nada va según lo planeado. El día de la firma del contrato, un piquete (protesta) inesperado, cortó el tráfico y me hizo pasar 2 horas en colectivo. Para colmo, mi celular no funcionaba, y no tenía manera ni de llamar, ni de enviar un mensaje de texto a la agente de la inmobiliaria. Desesperada ante la idea de volver a dormir en sofás, y sobre todo sabiendo que ya había agotado todos los sofás que me quedaban disponibles en el territorio argentino y uruguayo, decidí dejar la vergüenza de lado y pedirle a un amable viejecito que iba a mi lado en el colectivo, que me regalara un mensaje de texto. Dios lo bendiga, el señor me dejó hasta llamar, y logré informar a la señora de la inmobiliaria el porqué de mi retraso. La señora fue comprensiva, y aunque llegue dos horas tarde a la firma de mi contrato, pude firmarlo y mudarme ese mismo día. POR FIN.

Mis días como nómada habían terminado. Pero la aventura apenas estaba comenzando. Dios mío, no tienen idea de todo lo que me ha pasado… pero tranquilos. Nunca se me ha dado bien el ser discreta. Así que seguiré informando.

Hasta una próxima edición.

2 comentarios:

  1. Yo pensé que las "Crónicas Maitanas" eran un paseo delante de mis "Marieladas" pero no, me superaste con creces! Debo aprender de tu inmensa resiliencia!

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    1. Jajaja. Gracias por su comentario.

      Y me atrevo a decirle, la de crónicas que se vienen. ¡Esto es sólo un abrebocas!.

      Saludos.

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