MI INUSUAL SUERTE II: 3 PALTAS (AGUACATES) POR 1 GOLPE

En la primera parte de «Mi inusual suerte», les comentaba que la suerte no es un concepto que suelo utilizar debido a que creo que todo lo que nos sucede es producto de las acciones que uno hace. Es por ello que llamé a esta serie de esa manera, no porque tenga mala suerte, sino por tomar decisiones que me llevan a eso —como haber renunciado a un trabajo sin tener DNI—.

La ocasión que quiero comentarles me sucedió una mañana de un sábado, hace unos tres meses atrás. Ese día, mi novia Mary y yo nos levantamos temprano en la mañana a ir a busca tres paltas —es el nombre para los aguacates aquí en Argentina—, que nos había comprado nuestra amiga Maitana por el módico precio de 10 pesos, que al cambio es un poco más de un dólar ¡una ganga!, considerando que un solo aguacate en automercado puede costar hasta 10 pesos o más.

Para buscar las paltas, nos desplazamos de norte a sur en la ciudad de Buenos Aires, porque ella se estaba en clases en el barrio Balvanera y nosotros vivimos por el barrio Retiro, más al norte. Una vez allá, esperamos hasta que nos diera la mercancía y mientras tanto, planificamos un paseo al Parque Rivadavia, donde se encuentra la estatua ecuestre de Simón Bolívar y al Parque Centenario que se ubican unas 30 cuadras más al oeste, en el barrio adyacente de Almagro. 

El Parque Rivadavia y la escultura ecuestre de Simón Bolívar.

Botín en mano, fuimos un par de cuadras al norte y tomamos el colectivo número 2 con dirección al Parque Rivadavia. Allí, mi novia tomó asiento en uno de los puestos traseros y yo me paré a su lado porque la unidad iba llena y emprendimos nuestro recorrido. Delante de los asientos donde Mary se sentaba, se encontraba una chica que por su apariencia no superaría los 15 años de edad y aparentaba encontrarse sola en el transporte. 

Cuadras más adelante, en una de sus respectivas paradas, se montó en el colectivo un hombre de no muy buena apariencia que se paró delante de mí, justo al lado del puesto donde se encontraba la chica. Durante los primeros minutos del recorrido, no hubo mayor inconveniente porque iba distraído hablando con Mary y pendiente de dónde rayos nos encontrábamos, dado que era la primera vez que tomábamos ese colectivo e incluso que íbamos a ese barrio. Las cosas empezaron a ponerse difíciles cuando: —y no hay forma de evitar que escriba o relate esto que voy a decir y en algunas de sus cabezas no pase un pensamiento de «¡ah vaina!»— le miré los pantalones y observé que el tipo tenía su miembro en pleno estado de estimulación o bien irrigado... se los dije.

Al observar esto, noté que él se estaba acercando a la chica sentada poco a poco con el inevitable objetivo de lograr un rendez-vous entre su amigo en el pantalón y el brazo de la chica. Pero el problema no terminaba allí, y como me di cuenta de esta acción supongo que mi expresión debe haberme delatado porque el tipo se olvidó por un momento de la muchacha para empezar a murmurar amenazas e improperios hacia mí, como quien se sabe descubierto y tiene miedo a que alce la voz y lo denuncie ante un transporte lleno de personas. En ese momento, Mary un poco en su mundo y otro poco alertada por el lenguaje corporal del tipo empezó a hablarme y preguntarme cosas, las cuales por un momento bajaron los ánimos belicistas que se estaban caldeando con los murmullos del tipo.

Durante los segundos que duró la tregua, el tipo seguía murmurando amenazas y demás de lo que pude entender algo como: «dejá de mirarme la poronga», o algo parecido, mientras volvía a acercarse a la ya asustada y medio traumatizada joven. El detonante de mi inusual suerte en esta entrega fue cuando, en su afán por acosar sexualmente a la muchacha e intimidarme con sus amenazas y mientras posaba su mano en el hombro de su principal víctima de acoso, volteó y empezó a dirigir sus improperios hacia una cada vez más incómoda Mary, que ya también había caído en cuenta de lo que estaba sucediendo. 

Entonces, reuniendo todo el coraje que podía haber encontrado —para los que me conocen, saben que debo haber excavado bien profundo en la mina de escasa valentía que poseo—, alcé mi voz para decirle: «disculpe señor, pero por favor ¿podría separarse de la señorita que la está incomodando?». Cualquiera pensaría que lo dije cual si fuese Vin Diesel, Dwayne Johnson o Jason Statham, pero la verdad soné como Shaggy Rogers, el de Scooby Doo. Eso, por supuesto molestó más al tipo que me respondió que él no estaba haciendo nada y le preguntó a la chica si lo estaba haciendo, quien ya del miedo y la incomodidad estaba arrimada sobre la señora que tenía a su lado y le respondió que no ante el temor de alguna represalia.

Como la muchacha no colaboraba por su miedo e inacción, yo interrumpí su primera respuesta preguntándole a ella si era verdad que no la estaba molestando, lo que supongo le dio el valor para cambiar su respuesta. Evidentemente, esto molestó aún más al agresor quien al notar mi acento extranjero me preguntó de dónde venía yo, como tratando de desviar la atención del delito que estaba cometiendo, a lo que le respondí que venía de Venezuela pero que eso no era lo importante sino que se alejara de la señorita. Debido a esta respuesta, el tipo me dijo que me regresara a mi país porque yo no sabía cómo se arreglaban aquí en Argentina las cosas y que nos bajáramos del colectivo para mostrarme cómo lo hacían y destrozarme a golpes —a lo que me reí para adentro, pensando que a éste lo picarían en pedacitos en una cárcel venezolana por ser agresor sexual—. En ese momento llamé la atención del chofer de la unidad para que parara y así pudiéramos bajar al tipo que sin mucho inconveniente procedió a bajarse, pero no sin antes soltar su mochila fuera del colectivo, volver a entrar de carrera y asestarme un golpe a la cabeza, que por alguna razón me causó una pequeña cortada por encima de la oreja y un dolor que duró por varios días que no pasó a mayores gracias a que tuve el reflejo suficiente para frenar un poco su ataque, además de dejarme un malestar de estómago por el susto y una tembladera, supongo yo todo producto del evento. 

Lago del Parque Centenario. No saben cuanto rato pasé observando esta vista hasta que dejé de temblar y se me pasó el malestar de estómago

La ocasión me sirvió para:
  • Elevar mi voz a los demás presentes en el colectivo para que estuvieran atentos y evitaran que este tipo de acciones se repitieran y menos en esa época cuando hacía pocos días, todos habían salido a una marcha para evitar que se siguieran cometiendo crímenes de toda índole contra las mujeres.
  • Darme cuenta que la muchacha estaba acompañada por su madre, que estaba sentada a su lado, y ni por asomo se dio cuenta que su hija estaba sufriendo de acoso sexual a pesar que como mencioné arriba, la niña se encaramó de ella en un punto del acoso.
  • Y finalmente entendí por qué las argentinas siempre se encuentran como a la defensiva, y lo que es temor a sufrir algún tipo de violencia de género puede ser confundido con alguna forma de histeria.
Al final, 3 paltas me costaron 10 pesos argentinos y 1 golpe en la cabeza. No muy barato, después de todo.

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