En la entrega anterior, habíamos dejado a la protagonista de nuestra historia a punto de abordar en el avión, rumbo a su gran sueño: vivir en Australia y conocer a su hermano mayor.
LA HISTORIA DE I.: SEGUNDA PARTE - LA TRAVESÍA
Abordando destino a Australia.
En la entrega anterior, habíamos dejado a la protagonista de nuestra historia a punto de abordar en el avión, rumbo a su gran sueño: vivir en Australia y conocer a su hermano mayor.
Si
bien en el momento del despegue, tuvo temor de estarse comprometiendo
a algo más allá de sus capacidades, no se amilanó. Ella iba a
lograrlo, sí o sí. Y eso estaba muy bien. Lamentablemente, había
pasado tanto tiempo confundida con respecto a si el gobierno le iba a
permitir hacer uso del cupo de dólares para viajeros –ya que le
había negado el acceso a la compra de las divisas necesarias para
hacer un postgrado–, que dudó muchas veces si sería mejor
quedarse en Venezuela, o irse en esas condiciones tan inciertas. Pero
al final le aprobaron el cupo a una semana de su viaje.
También,
ella sabía que se estaba yendo para no volver, y ¿cómo empacas
toda tu vida para una mudanza de semejante calibre? I. no tenía la
más remota idea, así que, cuando logró sortear la neblina de la
negación que la tenía desconectada del hecho de que, muy
probablemente, esa era la última vez que llamaba «mi hogar» al
departamento en el que vivió casi toda su vida, se dio cuenta de que
viajaba en 3 días y no había hecho su maleta.
Y,
entre la situación de sus divisas y su negativa a aceptar que se
estaba yendo definitivamente, estuvo en ascuas casi hasta el último
minuto, por lo que a I. sólo le dio tiempo de armar y llevarse una
maleta, un poco más grande que una de mano. Comenta que a una de sus
amigas casi le da un infarto por saber que se iba a lanzar a la
aventura de su vida con una microscópica maleta en la cual se
contaban sus papeles académicos, algunas prendas de ropa, algunos
remedios y un paquetito de toallitas húmedas (después de la
vigorosa insistencia de su amiga), unos cuantos artículos de aseo
personal, una cartera y dos (02) pares de zapatos. El escaso
contenido de su equipaje era, ya de por sí, un presagio de la
aventura que estaba por venir.
Al parecer, I. pretendía que toda su vida entrara en una sola maleta que casi se podía llevar como equipaje de mano.
Y
así, I. se enrumbó a su primera parada: Aeropuerto de Funchal, en
la Isla de Madeira (Portugal). La escala fue corta, y no duró mucho
tiempo ahí. Después, se dirigiría al aeropuerto de Lisboa,
Portugal. Esta vez permaneció ahí por 8 horas.
Afortunadamente,
si bien no había tomado mayores previsiones en cuanto a las
pertenencias que llevaría con ella a su nuevo hogar, la cabeza de
esta mujer estaba en la economía. Y gracias a su buena previsión,
era la feliz acreedora de una tarjeta VIP Pass para las salas de
espera de 1era clase en el aeropuerto. De esta manera, podía comer y
beber gratis, así como descansar cómodamente mientras esperaba para
abordar su próximo vuelo.
Fue
feliz en el aeropuerto de Lisboa, y pasó sus 8 horas durmiendo
plácidamente, y comiendo y bebiendo gratis con su maravilloso VIP
Pass. Si el aeropuerto de Lisboa era tan impresionante, no quería
imaginarse cómo sería el de Milán, su próxima parada, y en donde
haría escala de 12 horas.
Pues
el aeropuerto de Milán resultó ser un grandísimo y horroroso
fiasco.
Se
dio cuenta de que esta transferencia no iba a ser tan lujosa, cuando
llegó al salón VIP media hora después de que lo cerraran, a las
10:30 P.M. Su avión con destino a su próxima escala, Dubai, salía
a las 10:30 A.M. del día siguiente. El aeropuerto, para su
grandísima desgracia, parecía estar en plenas remodelaciones, por
lo cual estaba sucio, oscuro y lleno de polvo. Por supuesto, no había
ningún local de comida abierto. Y si hubiese habido alguno, igual no
iba a poder comer nada, porque no tenía ni un centavo de más para
gastar. Agradeció a la buena fortuna que había llevado una caja de
Susy (famosa galleta venezolana, hecha de oblea rellena de
chocolate), de la cual dio buena cuenta cuando la atacó el hambre.
Por supuesto, sus esperanzas de dormir decentemente se fueron por el
caño cuando vio unas pobres banquetas de madera, con un miserable y
endeble respaldo, pero que eran el único asiento disponible por la
zona. Pero ¡hey! no todo era malo. La madre de I. le había regalado
antes de salir un cargador «universal», que supuestamente servía
en todas partes del mundo –después se dio cuenta de que solo
servía para Europa–, y le sirvió para cargar su celular en el
aeropuerto, mientras dormía reclinada de su maleta en la silla más
incómoda en que alguna vez hubiera descansado sus posaderas. Pero
algo logró dormir, y finalmente, después de 12 horas de miseria,
logró abordar rumbo a Dubai.
Foto tomada por I. del aeropuerto de Dubai. Algunos aeropuertos son unos oasis, otros... no tanto.
El
vuelo a Dubai también estuvo complicado. Porque una persona con una
vejiga de poca capacidad, jamás debería ser obligada a viajar en el
asiento del medio de una hilera de avión. Y eso fue justo lo que le
ocurrió a nuestra heroína, quién pasó 5 de las 10 horas de vuelo
pensando de qué manera despertar al chico del asiento del pasillo
para poder ir a hacer pis. Finalmente, cuando estaba a punto de
explotarle la vejiga, despertó sin mayores consideraciones al pobre
joven, a quién tampoco le costó mucho volver a caer en los brazos
de Morfeo, ya que tenía el sueño pesado. Y esto dificultó un poco
las próximas idas de I. al baño, ya que si bien su compañero no
sufría mayores inconvenientes en su sueño de belleza cuando ella lo
despertaba, se le hacía difícil volver a su asiento cuando
regresaba del aseo, y se encontraba con que el bello durmiente estaba
plácido y no respondía a los dedicados toques en el hombro que la
joven le daba para pedirle permiso para pasar. Se calcula que en
total, I. pasó una hora de las 10 que duró el vuelo, intentando
despertar al joven del asiento de al lado. Pero poco importó eso
cuando finalmente tocó suelo Australiano en la ciudad de Perth.
La
alegría de estar por fin en la tierra soñada, se empañó un poco
cuando se enteró que el vuelo de Perth a Brisbane no duraba 1 hora,
como ella estimaba en sus cálculos subjetivos, sino que serían 5
horas más en un avión. Después de todo, no era tanto tiempo. Pero
para alguien que ha pasado 4 días viajando, con la misma muda de
ropa puesta, cambiándose la ropa interior en el baño de los
aviones, y «bañándose» con toallitas húmedas, la cercanía con
su ciudad de destino no hacía sino acrecentar la desesperación por
poder llegar a un baño y asearse –entre otras necesidades
fisiológicas del cuerpo que habían tenido que ser «suspendidas»
por 4 días debido a la falta de privacidad necesaria para hacerlas
con comodidad– con normalidad.
Y
así, después de 5 horas más de vuelo, 5 aeropuertos y 4 días de
viaje en total (5 contando el cambio de huso horario), I. llegó a su
destino. Este era su hogar ahora, y la felicidad no le cabía en el
pecho. Ahora, sólo faltaba el otro pedazo de su sueño: conocer a su
hermano.
Él
la estaba esperando en el aeropuerto para llevarla a casa. I. se dio
cuenta de que algo no iba muy bien cuando, ante su efusivo saludo,
recibió solo gelidez por parte de ese miembro de su familia que
tanto había deseado conocer. Intentó hacer caso omiso de sus
presentimientos, incluso cuando oyó que él, en lugar de preguntarle
acerca de su viaje, le pidió que se apurara en lo posible, porque la
tarifa de estacionamiento del aeropuerto era muy cara. Tampoco fue de
mucha ayuda cuando ella recogió su maleta y se dio cuenta de que el
Ron que traía como regalo para él, se había roto y manchado todas
sus pertenencias. Pero a su hermano le preocupaba que el olor
impregnara su automóvil… y así, ya camino a casa y conversando
con él, se dio cuenta poco a poco que las ilusiones de su infancia
acerca de llevar una relación cercana y cálida con su hermano, iban
a quedarse muy frías. Tan frías como él y su actitud. Y comprendió
que seguía aún en la misma travesía accidentada que había vivido
en su viaje de Caracas a Brisbane.
Y
en verdad, a I. ahora era cuando le faltaba camino por recorrer para llegar a su destino.
Acompáñala
en la tercera parte de su entrega.
About author: Maitana Delgado
En este orden: Ser humano. Mujer. Emigrante venezolana en Argentina. Hija, hermana, amiga. Psicóloga egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela. Máster en Psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro, Argentina en proceso. Facilitadora de Técnicas de Terapia Psicocorporal de ASOFIPSICOS. Escritora aficionada de mis aventuras desventuras. Practicante descoordinada, pero entusiasta, de pole fitness. Fiel creyente del humor como la mejor de las medicinas. Alma viajera con el monedero vacío, por los momentos. No puedo comer chocolate.
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No todo lo que brilla es oro!!! fuerza y optimismo a la i.
ResponderEliminarEn efecto Mark, ¡es así! Aunque a veces de no encontrar oro, sino carbón se puede optar por usar los recursos necesarios de los que disponemos y convertir nuestras situaciones en grandes diamantes.
EliminarSaludos.