CRÓNICAS MAITANAS: EL DÍA QUE CASI INCENDIO EL DEPARTAMENTO
Entrada
del día 08/11/2015, 5:43 P.M.-Desde casa del gordo.
Esta
crónica sale como sorpresa para mi compañero de trabajo Guille, y
su prometida Mari. ¡Sorpresa! (No me maten, chicos).
Entre
las cosas que compré para traerme antes de salir de Venezuela, se
encuentra una plancha de ropa viajera. La compré por Mercado Libre,
con parte de los fondos de la liquidación que me dieron en la unidad
de diálisis en la que trabajaba. Me hacía mucha ilusión poder
planchar la ropa que llevaba en mi maleta, y salir luego a la calle
lisita y primorosa.
Pero,
como ya se imagina el lector, eso no ocurrió. La plancha llegó a mi
casa en Caracas un día antes de venirme para Buenos Aires, y jamás
logré que funcionara. Incluso compré un transformador de corriente,
porque aunque la plancha dice que se adapta a corriente americana y
europea (como es la de Argentina), capaz no funcionaba en esta
corriente. No soy electricista, no sé. Hice lo que me pareció mejor
en ese momento.
El
caso fue que yo, desesperadamente, requería de una plancha. Estaba
harta de salir a la calle como un pergamino arrugado, y casi siempre
con la misma ropa, que era a la que menos se le notaban las arrugas.
Esto no era vida. Y se me ocurrió comentarle mi tragedia a Guille,
porque sé que su prometida siempre encuentra las mejores ofertas,
así que capaz ella supiera en qué lugar podía conseguir yo una
plancha que se ajustara a mi limitado presupuesto.
Guille
y Mari son para mí como los Padrinos Mágicos de Timmy Turner.
Siempre salgo de su casa con algún utensilio o artefacto que
necesito y a ellos les sobra. Esta vez, mis padrinos mágicos
tuvieron la bondad de bendecirme con su vieja plancha (heredada de
una de sus amigas), porque ellos estaban utilizando la plancha que
venía con el departamento que rentaron. Por su puesto, me la daban
con carácter devolutorio. Y yo feliz de la vida, corrí a mi casa
con el preciado tesoro.
Sin
embargo, ese día no pude planchar. Y una serie de contratiempos me
impidió hacerlo por el resto de esa semana. La semana siguiente,
Guille me pidió su plancha, para que esta emprendiera peregrinación
hacia otro hogar, de otra amiga, en el que también era necesaria.
Así que esa misma mañana, antes de irla a devolver, quise planchar
toda la ropa que estaba arrugada, para llevar el electrodoméstico de
vuelta a su hogar.
Como
la plancha era de Venezuela, revisé el voltaje, y al ver que usaba
corriente americana, busqué mi transformador de corriente y la
enchufé. Me felicité por mi precaución, y dejé la plancha
calentándose mientras buscaba en el clóset/placard, la ropa que iba
a ser planchada.
Le
estaba enviando una nota de voz a una amiga mientras me hallaba en el
clóset. De repente, un sonido borboteante, como de agua saliendo de
algún lugar, me llamó la atención. Extrañada, revisé las
tuberías del fregadero y no vi nada raro. Revisé las del baño, y
tampoco. A todas éstas, yo seguía grabando mi nota de voz. Cuando
vengo de vuelta del baño, me llega a la nariz un olor tóxico, que
inmediatamente me puso a estornudar. Los ojos comenzaron a llorarme y
sentí que me asfixiaba. Pero entre toses y lágrimas, me di cuenta
de que estaba saliendo un humo amarillo del lugar en donde se
encontraba el transformador de corriente. Las piernas me flaquearon y
grité: «¡SE ME ESTÁ QUEMANDO ESTA VAINAAAA!». Había olvidado
por completo que estaba enviando una nota de voz, y lancé el
teléfono a la cama, en donde continuó grabando todo mi ataque de
histeria.
En
efecto, lo que parecía estarse quemando era el transformador del
corriente. Y el sonido borboteante que había oído era el humo
amarillo denso saliendo de él. Para el momento en el que ocurrió
este evento, era invierno, y las ventanas de mi casa estaban
cerradas. Me estaba sintiendo verdaderamente mal, y me estaba picando
la piel. Aparte, me temblaba todo el cuerpo, pero mi único
pensamiento era: «¿De dónde carajo voy a sacar dinero para
comprarle una plancha nueva a los muchachos?», aunque también
alternaba con: «¡Jesucristo, que no se me haya quemado ninguna de
las dos cosas, porque yo estoy es mamando y loca!» (expresión
venezolana que indica que uno se haya en situación económicamente
precaria). Como pude, desenchufé el transformador de corriente, cuyo
cable estaba hirviendo, y luego procedí a desconectar la plancha.
Las últimas fuerzas me dieron para abrir la ventana, y después
colapsé en una silla, desde donde pude ver que había quedado una
mancha marrón en el piso, con la silueta del transformador de
corriente.
La macabra conexión.
Alcancé
mi celular para parar la nota de voz en marcha, y decidí no
enviársela a mi amiga, después de oírla y pensar que le iba a
generar un infarto. En el audio se oía lo siguiente, antes de
cortarse: «¡SE ME ESTÁ QUEMANDO ESTA VAINAAA! ¡C*** DE LA MADRE,
LA PLANCHA DE GUILLE, NO**DA! ¡ME VOY A MORIR QUEMADA EN ESTA M**DA!
DIOS MIO, MIRA ESTE HUMERO, TENGO QUE ABRIR LA VENTANA PORQUE SI NO
ME VOY A…». Y se cortaba en la parte en la que decía que si no
abría la ventana me iba a pasar algo. Enviar algo así habría sido
una forma terrible de angustiar a alguien, así que la borré.
También porque me avergonzaba un poco de mi lenguaje, pero ¿a quién
no se le sale una que otra mala palabra cuando está nervioso?
El
caso fue que después de darle unos minutos al humo para disiparse y
a los artefactos eléctricos para enfriarse, me dispuse a probar la
plancha. Recé con todas mis fuerzas para que no se hubiera fundido
y, como ya les he dicho, Dios no deja solo al pendejo. La plancha
funcionaba perfecto. Planché toda mi ropa de maravilla, aún con las
manos temblorosas. Pero feliz de que no les dañé la plancha a mis
amigos. Revisando, después me di cuenta del problema: no había
posicionado bien el transformador sobre las patitas que trae, y al
estar mal posicionado, hacía contacto con el piso, se calentó, y
comenzó a echar humo. Pero él también está en perfectas
condiciones, gracias a Dios.
Luego
de ese mortal susto, metí la plancha en la misma bolsa en la que me
la habían prestado, y se las entregué como si nada, con mi cara muy
lavada. Hace unos días les pregunté si les había funcionado, y
sospecharon un poco, pero me dijeron que andaba perfectamente. Fue
por esto que hoy tuve el coraje de escribir esta crónica y decirles
que su plancha y yo casi morimos hace unos meses, pero que estamos
bien las dos. Y mi transformador de corriente.
Hasta
una próxima edición.
About author: Maitana Delgado
En este orden: Ser humano. Mujer. Emigrante venezolana en Argentina. Hija, hermana, amiga. Psicóloga egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela. Máster en Psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro, Argentina en proceso. Facilitadora de Técnicas de Terapia Psicocorporal de ASOFIPSICOS. Escritora aficionada de mis aventuras desventuras. Practicante descoordinada, pero entusiasta, de pole fitness. Fiel creyente del humor como la mejor de las medicinas. Alma viajera con el monedero vacío, por los momentos. No puedo comer chocolate.
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