Y así pasó 4 años más en el frío inhóspito de la ciudad que la acogió, entre su estudio de zumba y su recién descubierta vocación por acompañar a otros en el camino de su sanación física y espiritual. Lamentablemente, en ese período, ella y su marido se dieron cuenta de que el ciclo de su relación se había completado, y que había llegado el momento de firmar los papeles de divorcio. Como todo fin de una relación de pareja, Maisha se sintió adolorida y sola. Por ser emigrante, su familia y amigos más cercanos no podían acompañarla en este proceso, pero ella ya no era aquella chica que animaba a los huéspedes del hotel en Cancún. Ahora era una mujer que se había dedicado a trabajar en sus recursos emocionales, sociales, físicos y espirituales. Era una mujer con más herramientas. Que podía ver el dolor a la cara y no sentir ese miedo que la impulsaba a buscar refugio en las sustancias. Por el contrario, ahora era capaz de ver el dolor como una de esas tormentas que limpian y lavan, y que tenía que abrazar el dolor de la pérdida de su matrimonio, para renovarse y volver a emprender el camino del cambio.
LA HISTORIA DE MAISHA: SEGUNDA PARTE - LA TORMENTA
En la entrega anterior, nos sumergimos en la historia de Maisha, desde su resurgimiento como sobreviviente de Linfoma de Hodgkin, hasta sus inicios en el camino de los gitanos. También, vimos que en esos
últimos tiempos, la joven comenzó a cuestionarse la elección de
estilo de vida que llevaba, y comenzó a tomar conciencia de que
necesitaba depurar su vida de todo aquello que la anclaba a su
pasado, a sus miedos y a su soledad, para poder conectarse con lo que
verdaderamente sentía como su vocación. Fue precisamente en ese año
en el que estaba haciendo su transición de vivir en México a vivir
en EEUU, y de ser soltera a ser una mujer casada, que la joven se
inscribió en un retiro de sanación espiritual, al que ella describe
como un punto de «antes y después» en su vida. Partiendo del hecho
de que el cuerpo y la mente son organismos interdependientes e
interconectados, y que lo que ocurre en uno se refleja en el otro,
Maisha afirma que fue en este retiro en donde se sentaron las bases
para contactar con aquellos aspectos emocionales –dolores,
rencores, temores–, que contribuyeron a sembrar en ella algunas
creencias y patrones negativos que la mantenían vacía, enferma, y
buscando anestesiarse en el consumo de sustancias para evadir la
confrontación con sus miedos. Y de ahí salió una Maisha que tenía
el propósito de respetar y honrar la vida que había luchado por
tener, en el campo de batalla de la quimioterapia.
Al
mudarse a Cleveland, montó un estudio en donde se daban clases de
zumba, meditación y yoga. Comenzó a formarse en terapias de
sanación, talleres de autocuración y amor incondicional. También,
creó su propio negocio de aceites esenciales. Comenzó de cero,
incorporando los aprendizajes que se había llevado de aquel taller,
y, paradójicamente desaprendiendo
todo lo negativo que antes había aprendido. Sí, desaprendiendo.
Porque Maisha se dio cuenta de que la vida es movimiento y cambio;
que todo fluye constantemente y nada es seguro, entonces, cada quién
está en su pleno derecho de moverse hacia donde se siente feliz, y a
donde cree que pertenece. Lo cual también puede cambiar. Que si bien
lo cotidiano y lo tradicional entrañan mucha comodidad, al abrirle
la puerta a la espontaneidad, te permites contactar con aquellos
aprendizajes que hacen falta para crecer.
Y así pasó 4 años más en el frío inhóspito de la ciudad que la acogió, entre su estudio de zumba y su recién descubierta vocación por acompañar a otros en el camino de su sanación física y espiritual. Lamentablemente, en ese período, ella y su marido se dieron cuenta de que el ciclo de su relación se había completado, y que había llegado el momento de firmar los papeles de divorcio. Como todo fin de una relación de pareja, Maisha se sintió adolorida y sola. Por ser emigrante, su familia y amigos más cercanos no podían acompañarla en este proceso, pero ella ya no era aquella chica que animaba a los huéspedes del hotel en Cancún. Ahora era una mujer que se había dedicado a trabajar en sus recursos emocionales, sociales, físicos y espirituales. Era una mujer con más herramientas. Que podía ver el dolor a la cara y no sentir ese miedo que la impulsaba a buscar refugio en las sustancias. Por el contrario, ahora era capaz de ver el dolor como una de esas tormentas que limpian y lavan, y que tenía que abrazar el dolor de la pérdida de su matrimonio, para renovarse y volver a emprender el camino del cambio.
Y así pasó 4 años más en el frío inhóspito de la ciudad que la acogió, entre su estudio de zumba y su recién descubierta vocación por acompañar a otros en el camino de su sanación física y espiritual. Lamentablemente, en ese período, ella y su marido se dieron cuenta de que el ciclo de su relación se había completado, y que había llegado el momento de firmar los papeles de divorcio. Como todo fin de una relación de pareja, Maisha se sintió adolorida y sola. Por ser emigrante, su familia y amigos más cercanos no podían acompañarla en este proceso, pero ella ya no era aquella chica que animaba a los huéspedes del hotel en Cancún. Ahora era una mujer que se había dedicado a trabajar en sus recursos emocionales, sociales, físicos y espirituales. Era una mujer con más herramientas. Que podía ver el dolor a la cara y no sentir ese miedo que la impulsaba a buscar refugio en las sustancias. Por el contrario, ahora era capaz de ver el dolor como una de esas tormentas que limpian y lavan, y que tenía que abrazar el dolor de la pérdida de su matrimonio, para renovarse y volver a emprender el camino del cambio.
Fue
precisamente esta nueva manera de ver las cosas, lo que la ayudó a
llevar un divorcio armonioso con su ex marido, con el cual aún
mantiene una relación de amistad y cariño. Se apoyó en su familia
y amigos con ayuda de la tecnología (¡gracias a la vida por
Whatsapp, Skype, Facetime…!), y también en aquellas amistades que
había hecho a lo largo de su paso por Cleveland. A pesar de que, por
su nueva filosofía de vida, practicaba el hábito de la «rendición»,
la nostalgia que le producía su divorcio le permitió entender
verdaderamente de qué se trataba ese concepto. Y es que al rendirse
a lo que sentía y admitirlo sin juzgarse, se daba cuenta de que el
malestar venía, hacía su «trabajo de limpieza» y se iba. Y
comprendió que si se sentía triste un día, pues así se sentía
ese día. O si estaba molesta, estaba molesta. Si tenía ansiedad,
tenía ansiedad. Porque todas las emociones son necesarias y se
manifiestan por una razón. Cuando les permitimos fluir a través de
nosotros en vez de hacerlas de lado o acallarlas, ellas pueden
traernos información de algún aspecto de nuestra vida hacia el cual
debemos dirigir nuestra atención para tratar ciertos asuntos. Y una
vez que nuestra atención ha sido dirigida hacia aquello que nos
entristece, nos molesta o nos angustia, el malestar pasa. Se dice
fácil, pero a la hora de llevarlo a la práctica, no lo es tanto.
Aun
así, Maisha se entregaba a sus nostalgias, y veía que el malestar
pasaba una vez que ella hacía contacto con aquello que le estaba
generando tristeza. Pero cuando el malestar o las angustias se hacían
más persistentes, y la rendición no servía, entonces ponía en
práctica el viejo comodín de «llamar a un amigo» (o a un
familiar). El caso era que buscaba la perspectiva de otro. Y se
encontraba siempre con un punto de vista fresco, que por lo general
le señalaba aspectos de la situación, o posibles soluciones que
ella, inmersa en su rollo, no había visto. También, a veces
necesitaba una mano que la ayudara de forma más tangible. Pero para
Maisha no era fácil recibir ayuda de otros. Había crecido con ese
mismo «chip» que muchos tenemos instalado, en el cual se nos indica
que somos fuertes únicamente si podemos afrontar nuestros problemas
solos. Pero como ya les vengo contando, la Maisha que salió airosa
de la sala de quimioterapia no fue la misma que llegó a Ciudad de
México. Y tampoco se parece a aquella Maisha que llegó a Cancún.
Mucho menos a la que llegó a Cleveland recién casada. Así que esta
nueva Maisha divorciada, extrajo otra lección de las tantas que le
ha arrojado su camino, y fue la de «desaprender» la dicotomía del
«Yo puedo solo=fuerza/Necesito ayuda=debilidad». Esta nueva Maisha,
desde sus experiencias, comprendió que el no querer aceptar ayuda es
un pensamiento que viene del ego, y que precisamente, como es un
pensamiento, se puede cambiar. Comenzó a reflexionar acerca de por
qué le resultaba difícil aceptar ayuda en ciertas áreas, o de
ciertas personas. Y combinó su reflexión con la rendición,
entregándose también a la necesidad de ser ayudada, y entendiendo
que, así como ella había ayudado a muchos en muchas ocasiones,
ahora le tocaba a ella ser la receptora.
Así,
comenzó por fin Maisha su tránsito hacia la calma. Ojo, esto no
significa que dejó de lado su espíritu gitano. Total, la vida es
como una bicicleta: sólo se mantiene el equilibrio si sigues
pedaleando, y esta joven se está convirtiendo en la Lance Armstrong
del Tour de Francia de su propia vida.
Acompáñanos
en la próxima entrega, a ver hacia dónde pedaleó nuestra
protagonista.
About author: Maitana Delgado
En este orden: Ser humano. Mujer. Emigrante venezolana en Argentina. Hija, hermana, amiga. Psicóloga egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela. Máster en Psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro, Argentina en proceso. Facilitadora de Técnicas de Terapia Psicocorporal de ASOFIPSICOS. Escritora aficionada de mis aventuras desventuras. Practicante descoordinada, pero entusiasta, de pole fitness. Fiel creyente del humor como la mejor de las medicinas. Alma viajera con el monedero vacío, por los momentos. No puedo comer chocolate.
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