CRÓNICAS MAITANAS: MONTEVIDEO ACCIDENTADO-PARTE II
Entrada
del día 04/11/2015, 6:40 P.M.-Desde mi monoambiente, ¡POR FIN!
Como
les había comentado en mi entrega anterior, mi salida a Montevideo
había sido bastante acontecida. Pero milagrosamente, el curso de los
acontecimientos mejoró por completo desde el momento en el que me
monté, por segunda vez en mi vida, en el Buquebús.
La
primera vez que viajé, había ido sentada en una de las mesitas, con
4 sillas cada una, que hay en la «cubierta interna» del barco.
Había ido relativamente cómoda, aunque mi asiento era una vulgar y
corriente sillita de madera sintética. Ni enriquece, ni empobrece.
Pero bueno, peor era nada. En este segundo viaje me volví a sentar
en la misma mesita, e intenté dormir algo, porque como recordarán,
me había tenido que levantar muy temprano, y ya venía con cansancio
acumulado del trajín de los últimos días.
Después
de 15 minutos intentando dormirme sobre la mesa del patio interno, la
incómoda postura comenzó a pasarme factura. Así que miré a mi
alrededor a ver si conseguía algún asiento más cómodo, y lo vi:
detrás de unas puertas de vidrio, se encontraba un recinto
alfombrado lleno de cómodas butacas. Completaba el cuadro una serie
de ventanales de piso a techo, a través de los cuales se podía ver
el Río de la Plata.
Recuerdo
haber pensado que la gente si era tonta. Preferían viajar incómodos
en esas miserables mesitas enclenques, en lugar de ocupar estas
magníficas poltronas que se hallaban, en su mayoría, vacías.
Renegando de la actitud incomprensible del 99,9% de los viajeros del
Buquebús, me dirigí, ni corta ni perezosa, a aquel paraíso, y
deposité mi cansada humanidad en aquel mullido oasis.
Nótese la comodidad
Pasé
las 3 horas de viaje de Buenos Aires a Colonia, dormitando
plácidamente. Cuando me despertaba, me tomaba alguna foto para
mostrársela a mi familia después. Luego volvía a entregarme a los
brazos de Morfeo. Elegí por supuesto, el mejor asiento, al lado de
un ventanal, y delante de mí se extendía todo el Río de la Plata.
La vista era reconfortante, y yo me sentía feliz como una lombriz.
Sin una preocupación en el mundo más que sonreír y agradecerle a
la vida por tan espléndido viaje. Me comí una mandarinita y unas
galletitas que había llevado en el bolso. Esa era la vida que yo me
merecía, definitivamente.
Me
bajé del barco como una diva. Sólo me faltaban los lentes de sol.
Lamentablemente, nunca uso, porque ya estoy suficientemente cegata
como para encima ponerme anteojos oscuros. Pero bueno, desembarqué
en Colonia, divina y regia a las 3 P.M. del día 28/08/2015, y de ahí
partimos rumbo a Montevideo, en donde me esperaban mi primo, su
esposa y su bebé, y mi amigo Horacio.
Pasé
un fin de semana bárbaro, rodeada de mis seres queridos. Mis dos
tobillos esguinzados no me molestaron casi, y cuando llegó la hora
de volver a mi Buenos Aires querido, pensé que el viaje de vuelta
sería tan plácido como el de ida. Pero si fuera así, no tendría
nada que escribir.
Todo
comenzó a ir aparatosamente mal en el momento en el que fui a
abordar el colectivo que nos transporta de Montevideo al puerto de
Colonia. Yo, distraída en lo bien que me había ido en este viaje,
había leído mil veces la hora de embarque en el colectivo, y había
visto 16:45. Así que cuando voy a hacer la fila para subirme, podrá
el lector imaginarse mi sorpresa cuando el encargado de sellar el
boleto me dice: «Su colectivo ya arrancó. Ahora a ver cómo hace
para irse». En ese momento bajé la vista hacia mi boleto y lo vi
muy claramente: «Hora de embarque: 16:15 P.M.». Había pasado media
hora boludeando por el terminal, y había perdido mi colectivo, por
haber confundido un 1 con un 4… esas cosas pasan, ¿no?
¿Qué perdí el colectivo? Say what?
Nuevamente,invoqué a Marilyn Monroe, Audrey Hepburn y Elizabeth Taylor, para
que vinieran en mi ayuda con el show dramático que le iba a montar
al encargado de sellar los pasajes. Afortunadamente, las fallecidas
luminarias me socorrieron, y el encargado se conmovió cuando le
expliqué que «me perdí tomando el colectivo que llegaba hasta el
terminal», así que me subió al bus que arrancaba a las 16:45.
Desafortunadamente, mi boleto decía que yo debía irme en el
Buquebús que zarpaba a las 19:30 P.M., y el colectivo en el que iba
montada era el de los pasajeros que zarpaban a la 20 hrs. Para
completar, mi maleta de mano –que me dejaron llevar conmigo de ida,
pero de vuelta no–, estaba etiquetada para viajar en el Buquebús de
las 20 ¿Llegaría a tiempo yo? ¿Llegaría mi maleta?
Fui
todo el camino reprochándome por mi despiste y pidiéndole auxilio a
Dios, para que embarcaran mi maleta en el Buquebús de las 19:30, ya
que iba a llegar a medianoche a Buenos Aires, y es del dominio
público que no vivo en la mejor zona. Esperar 30-45 minutos más mi
maleta y llegar aún más tarde a casa, era algo que quería evitar a
toda costa.
Arribé
al puerto de Colonia justo a tiempo para pasar por Migraciones. Para
los que no han viajado en Buquebús, les explico: Tanto en el puerto
de Buenos Aires como en el de Colonia, te sellan el pasaporte dos
agentes migratorios, uno uruguayo y otro argentino. Yo no tuve
problemas para salir de Argentina, porque ya tenía mi habilitaciónde salida, pero ahora, fui de bocona a decirle a voz en cuello al
agente de migración uruguayo: «¡Ahí dentro del pasaporte tiene mi
habilitación de salida!». Mi ingenua exclamación despertó una
reacción que no esperaba del funcionario. Primero, abrió los ojos
de golpe, y me dirigió una mirada como quién anuncia de forma
silenciosa una desgracia inminente. Después movió sigilosamente la
mirada, y la dirigió hacia su compañera, la funcionaria argentina.
Ahí me percaté del peligro. A la mujer le faltaba echar espuma por
la boca para ser diagnosticada con el virus de la rabia. Al parecer,
acababa de tener un altercado con un pasajero, que la dejó al borde
de un brote psicótico, y esperaba con ansias al próximo pasajero
transgresor, para atacar directamente hacia la yugular. El
funcionario uruguayo debió captar en mi expresión que le había
comprendido, porque inmediatamente me puse rígida y se me esfumó la
sonrisa ingenua del rostro. Le devolví la mirada implorando que no
me delatara con la encarnación del diablo que tenía por compañera,
y él me guiñó el ojo, tomó el sello de entrada del escritorio de
la funcionaria, y estampó en mi pasaporte la entrada a territorio
argentino. Le agradecí por señas, y guiñándole el ojo casi que en
código morse, porque de verdad que me deshacía en agradecimientos
para con él. Luego volé al Buquebús que ya estaba por zarpar.
Una
vez ahí, me tranquilicé, ya que había descubierto mi santuario
exclusivo de poltronas, y pensé que podría echarme en una a dormir
y pasar la agitación de tanto apuro. Pero nuevamente, fui
sorprendida por un funcionario del barco, quién con brazos en jarra,
me preguntó que en donde estaba mi ticket VIP. What?
Resulta que de ida a Montevideo, yo había estado viajando en el
salón VIP del Buquebús… eso explicaba muchas cosas. Con razón
había estado tan vacío antes. Tenía sentido.
What? ¿Cómo que no me puedo sentar en el salón VIP?
Con
toda la dignidad que fui capaz de juntar ante tan deshonrosa
circunstancia, le dije al encargado que era primera vez que «yo» –no «sho»– viajaba en el Buquebús, así que no tenía ni idea de
que ese era el salón VIP. Comprensivo al notar mi acento extranjero,
el hombre me dijo que no pasaba nada, y rebotada, pero digna y regia,
me fui a sentar nuevamente en las miserables mesitas de la cubierta
interna. Así viajé, sin pena ni gloria –yo que una vez viajé
como una reina en primera clase–, rumbo a mi Buenos Aires querido. Y
aún faltaba por ver si mi maleta había sido embarcada junto
conmigo.
Pero
quiso la suerte que mi destino no fuera tan triste, y cuando fui a la
cinta de equipaje, mi maletita fue la primera que salió. La tomé y
volví en taxi a casa, y en el camino pensé que, dentro de todo,
¿cuántas personas logran viajar en primera clase por accidente?
¿cuántos logran que se apiaden de ellos cuando por alguna razón no
llegan a tiempo a la hora de embarque? ¿cuántos tienen la suerte de
que no los agarre el funcionario de malas pulgas y les termine de
retrasar aún más el viaje? ¿cuántos tienen la suerte de que, a
pesar de todo, su maleta sea embarcada en el barco que corresponde a
su ticket, en lugar de en el barco que corresponde al colectivo en
donde viajó?
Y
concluí que, a pesar de toooooooooooooodo lo que me acontece, la
verdad es que soy bastante afortunada.
Hasta
una próxima edición.
About author: Maitana Delgado
En este orden: Ser humano. Mujer. Emigrante venezolana en Argentina. Hija, hermana, amiga. Psicóloga egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela. Máster en Psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro, Argentina en proceso. Facilitadora de Técnicas de Terapia Psicocorporal de ASOFIPSICOS. Escritora aficionada de mis aventuras desventuras. Practicante descoordinada, pero entusiasta, de pole fitness. Fiel creyente del humor como la mejor de las medicinas. Alma viajera con el monedero vacío, por los momentos. No puedo comer chocolate.
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