CRÓNICAS MAITANAS: EL DÍA QUE CASI DESTRUYO EL DEPARTAMENTO POR CULPA DE UNA ARAÑA
Entrada
del día 08/05/2015, 9:35 A.M.-Desde mi monoambiente,
Admito
que vivir sola tiene una cantidad incontable de beneficios. Sin
embargo, no puedo evitar encasillarme dentro de esos tradicionales
roles de género impuestos por la sociedad, a la hora de realizar
ciertas tareas que, por lo general, a un hombre le salen con más
facilidad. Me explico: me he dado cuenta de que una lata «abre
fácil», no abre tan fácil como la publicidad nos hace creer. Un
tarro de mermelada, o un bote de edulcorante, son contendores
imbatibles para mis pobres manos, por lo cual, con algunas marcas, he
tenido que darme por vencida.
Sin
embargo, no he llegado a extrañar tanto la presencia de un hombre en
casa, como las pocas veces que he tenido que enfrentarme a esos seres
infames que son los insectos –y otros animales rastreros y/o
anfibios–. Marditos todos.
Tuve
la buena fortuna de crecer en un hogar en el cual sabía que podía
despertar a mi padre a las 3 a.m., porque había visto un sapito en
mi cama. O porque acababa de ver una pequeña
lagartija/limpiacasa/tukeke, y tenía miedo de que me pasara la
lengua por la oreja –sí, la lengua por la oreja. Aún mantengo ese
temor, y de todas formas no es el objeto de discusión de este
artículo–. En fin, cuando me mudé a casa de mi abuelo, mi hermano
se mudó conmigo; y le quedó a él la tarea de espantar a las
cucarachas, mariposas gigantes y cualquier otro insecto volador o
rastrero. Pero ahora, que vivo sola, la horripilante tarea recae
únicamente en mí. Y me di cuenta de eso el día que decidí darle a
la casa una buena limpiada.
Mi
monoambiente es tan pequeño, que mi pobre ángel de la guarda debe
dormir afuera algunas noches. Y por supuesto, para armonizar con el
ambiente, la pala y la escoba con las que vino el departamento, son
tamaño «Minion». Así las cosas, era difícil limpiar. Sin
embargo, yo me daba a la faena con entusiasmo; hasta que un día me
percaté de una horrorosa y discordante telaraña en mi techo.
¡Horror de los horrores! Esa monstruosidad no iba a estar en mi
pulcro santuario del orden. No señor.
Así
que fui a por la microscópica escobita que tenía, me monté en una
silla, me puse de puntillas y me dediqué a remover la vivienda de la
araña invasora. La busqué con la vista, pero no logré localizarla.
Y hasta sentí una punzada de remordimiento al pensar que la pobre
iba a volver y se iba a encontrar sin hogar. Pero no debí sentir
compasión, porque cuando ya me iba a bajar de la silla, bajé la
vista hacia el brazo que sostenía el palo de la escoba y la vi. La
muy perversa era enorme, y venía subiendo a toda velocidad por el
mango de la escoba –de un escaso metro de longitud–, directamente
hacia mi mano. ¡Quería venganza!
Grité
aterrada hasta que comprendí que nadie vendría a salvarme, e hice
lo que cualquiera en mi lugar habría hecho: sacudí la escoba por la
ventana, esperando que la araña y su vivienda cayeran al vacío. El
problema fue que la araña y su vivienda cayeron al vacío, junto con
el cepillo de la escoba. Desde un sexto piso. El cepillo de la escoba
que venía a juego con una pala, y que pertenecían al dueño del
departamento que ocupo.
Se
oyó un lejano «¡plas!», y un grito aislado de uno de los
transeúntes que tuvo la buena fortuna de que no le cayera en la
cabeza un cepillo de escoba con telaraña y araña asesina incluida.
Me asomé por la ventana, pero no logré distinguir si el cepillo
había sobrevivido a la caída. Así que bajé, a las 10 de la noche,
a la acera de mi edificio, a recoger el malogrado escobillón el
cual, en efecto, se hallaba partido en dos. Esta situación planteaba
algunos problemas: ¿Cómo le explicaba al casero, quién seguramente
podría verme en las cámaras de seguridad saliendo del edificio y
luego entrando con un escobillón roto, lo que había pasado? ¿Se
molestaría mucho por haber dañado su escoba, que hacía juego con
la pala? ¿Quizá podría yo reponer el escobillón sin que él se
diera cuenta?
La
verdad es que mentir, y guardarme las cosas, nunca ha sido algo que
se me dé bien, por lo que resolví ser honesta con el casero y
decirle la verdad. Yo traté de sonar lo más profesional y digna
posible, pero no quiero imaginarme la cara que puso el señor cuando
recibió el siguiente mensaje de texto: «Buenas noches, Sr. Daniel.
Es Maitana, del 606. Estaba removiendo una telaraña con la escobita
del departamento, cuando vi que la araña se estaba subiendo por el
mango, así que me asusté, sacudí la escoba por la ventana, y el
cepillo cayó a la calle y se rompió. Dígame donde compró el juego
de escoba y pala y yo le compro una nueva».
Después
de un largo «JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA» de mi casero,
recibí un «Las arañas son nuestras otras inquilinas. No hay drama,
repón la escoba a tu gusto». Eso me tranquilizó un poco, y esa
noche, después de revisar todas las esquinas del departamento, pude
dormir tranquila. Al día siguiente, compré la escoba más larga (y
barata) que encontré, un insecticida, y unos guantes de goma, para
así estar preparada en caso de que me tocara nuevamente disputarme
mi territorio con un insecto maligno y después, retirar su cadáver.
La
moraleja de esta historia es que las mujeres tenemos que
empoderarnos. Hombres y mujeres, no permitan que sus hijas salten a
la adultez sin antes haberles enseñado cómo defenderse de un
insecto usurpador. Enséñenles a manipular la chola/ojota/chancla
con aplomo, en caso de no tener insecticida a la mano. Enséñenles a
dar un escobazo certero sin que les tiemble el pulso; y después, a
tener estómago fuerte para remover los restos mortales del invasor.
Ya basta de depender del hombre también en esto. Mujeres, saber cómo
defenderse de un animal rastrero es un paso más en pro de nuestra
independencia. Marchemos juntas hacia adelante, ¡sí se puede!
Hasta
una próxima edición.
About author: Maitana Delgado
En este orden: Ser humano. Mujer. Emigrante venezolana en Argentina. Hija, hermana, amiga. Psicóloga egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela. Máster en Psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro, Argentina en proceso. Facilitadora de Técnicas de Terapia Psicocorporal de ASOFIPSICOS. Escritora aficionada de mis aventuras desventuras. Practicante descoordinada, pero entusiasta, de pole fitness. Fiel creyente del humor como la mejor de las medicinas. Alma viajera con el monedero vacío, por los momentos. No puedo comer chocolate.
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Jajaajajajaajajajajaaja Maiti solo a ti y al pato Lucas, ademas como dice tu casero ellas tambien son inquilinas aunque no pagan alquiler. Que Dios te bendiga y proteja.
ResponderEliminarJajaja gracias por apoyarnos, Saskia! Jajajaja por eso, no pagan alquiler y no pueden andar compartiendo mi territorio entonces. Lo bueno es que de todo se puede sacar un cuento!
EliminarUn besito!
Jajaja, ¡así es! Sólo a ella.
ResponderEliminar¡Gracias por leernos!